Por fin he recibido el análisis de mi ADN por cortesía de 23andme. El proceso es tremendamente sencillo. Te envían a casa (previo pago, naturalmente) un kit que debes devolver con una muestra de tu saliva. A las tres semanas recibes un mail avisándote de que ya tienes a tu disposición para consultar en su web toda tu información genética.
La información que te ofrecen se puede dividir en tres apartados:
- Por un lado están los datos en bruto de tu ADN de forma que puedes navegar entre tus genes y cromosomas y consultar información médica relacionada.
- En otro apartado está la información relacionada con el origen de tus ancestros, su procedencia y expansión geográfica a lo largo del tiempo. En mi caso, 99% de origen europeo.
- Finalmente los datos cocinados. Esto es, cuales son tus rasgos genéticos básicos (como color de ojos o el tipo de fibra muscular) y, lo más importante, qué predisposición genética tienes a sufrir una serie de enfermedades entre las que se incluyen el Parkinson, algunos tipos de cáncer, diabetes, etc.
Descubrí la existencia de esta empresa a través de un artículo de Michael Arrington a principios de año en el que compartía el análisis de su ADN. Aunque desde el principio tuve claro que para mi era fundamental tener esos resultados no me decidí hasta que Sergey Brin, co-fundador de Google, hizo público en su blog que a gracias al test de ADN había descubierto que tenía una predisposición genética altísima (entre un 20% y un 80% por encima de la media, dependiendo del estudio) a desarrollar Parkinson durante su vida. Su actitud al respecto es que conociendo de antemano esa predisposición podía tomar las medidas para reducir las posibilidades a acabar desarrollando la enfermedad.
Como digo, en mi caso no tuve dudas en enviar mis muestras. Quizás por eso, me ha dejado muy sorprendido la reacción de la gente a la que le comentaba que tenía previsto realizar el test o, ya luego, que estaba esperando los resultados. Básicamente las reacciones han sido tres en mi caso. Por un lado un grupo pequeño (pequeñísimo, minúsculo) de gente a la que les pareció algo interesante y a tener en cuenta. Quizás en algún caso sin pretensiones preventivas sino simplemente curiosidad. Un segundo grupo un poco más numeroso ha sido la gente que mostraba indiferencia o que directamente lo consideraba una chorrada y una pérdida de tiempo. Directamente tirar el dinero. Finalmente, el grupo más numeroso formado por gente que incluso reconociendo los posibles beneficios de conocer, preferían no saber. Por si acaso….
El ejemplo de Sergei Brin me perece definitivo y de una lógica aplastante. ¿Qué sentido tiene no querer enterarse de algo tan importante (y tan fácil de obtener) que puede tener unas consecuencias tan grandes en tu vida y que te puede permitir reaccionar a tiempo?